Unos 3700 millones de manzanas al vertedero. Este es el equivalente de frutas y verduras cosechadas en el mundo que se desperdician al año. Un 45%.
Pero es que, además, se desperdicia el 30% de los cereales, el 20% de la carne producida al año (el equivalente a 75 millones de vacas) y unos 763.000 millones de cajas de pasta.
Estos son, tan solo, unos cuantos ejemplos de los 1.300 millones de toneladas de alimentos que se desperdician o pierden al año. Más de un tercio del total que se produce para el consumo humano, según cifras del Fondo de la ONU para la Alimentación y la Agricultura (FAO).
Un desperdicio o pérdidas que se da en todos los procesos de producción, cultivo, procesado, distribución y consumo, mientras una de cada nueve personas sufre inseguridad alimentaria.
El impacto generado por la pérdida y desperdicio de alimentos afecta directamente a una gran parte de la población mundial que sufre de hambruna, pero también se produce un impacto indirecto sobre las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) y el desperdicio de los recursos naturales.
El desperdicio de alimentos es también responsable de alrededor del 6% de las emisiones globales de GEI.
Cómo afecta la pérdida y el desperdicio de alimentos a los recursos globales
La pérdida o desperdicio de alimentos se da en toda la cadena de valor (producción, cosecha, procesamiento, etc). Un desperdicio al que hay que sumarle, también, la pérdida de los recursos que se utilizan a lo largo de todos los procesos.
Así, por ejemplo, por cada kilogramo de carne que se desperdicia, también lo hacen los 1.451 litros de agua dulce, los 326,21 m2 de tierra utilizada y los 60 kg de GEI emitidos para su producción, entre otros.
Esto implica que el impacto de desperdiciar alimentos va más allá de que acaben en un vertedero. Se desperdician con ellos el agua, la energía, la tierra y otros recursos necesarios para su producción y distribución, generando un gran impacto al medioambiente.
Según una investigación a escala mundial, el 25% del total de kcal producidas se desperdician. Este valor de pérdida de alimentos supone que alrededor del 23% de los recursos naturales son también desperdiciados.
Lograr reducir el desperdicio de alimentos implicaría una mejor distribución de los mismos entre la población, un consumo adecuado de los recursos naturales y la reducción de las emisiones de GEI.
Qué medidas podemos integrar en nuestro día a día
Para lograr reducir el desperdicio de alimentos, debemos implicarnos en nuestro día a día, ya sea desde los propios hogares como desde las mismas empresas.
Cada uno de nosotros puede tomar una serie de medidas para prevenir el desperdicio y crear hábitos alimentarios más sostenibles.
Ejemplos de estas medidas serían la planificación de la compra para no comprar de más, adquirir productos frescos en pequeñas cantidades y varias veces a la semana o alimentos próximos a la fecha de caducidad. También podemos organizar bien la nevera para que queden visibles los alimentos que se deben consumir primero, aprovechar todas las partes del producto, los restos y las sobras, consumir congelados, que permitan alargar el tiempo de consumo sin perder calidad; y calcular bien las porciones.
Desde las empresas, las medidas que se tomen deben adaptarse a las circunstancias en las que se generan esos desperdicios, estableciendo objetivos y definiendo acciones.
Un ejemplo, para este caso, puede ser el establecer criterios de sostenibilidad para la contratación de un servicio de catering para eventos y reuniones.
Pero, lo cierto es que el desperdicio de alimentos es un problema complejo que requiere de un conjunto de estrategias.
Desde las administraciones públicas se pueden desarrollar campañas de concienciación dirigidas a las empresas y ciudadanos, educar en las escuelas y apoyar a la sociedad y a los proyectos empresariales que promuevan e innoven para evitar el desperdicio de alimentos.
Así, se contribuye a generar conciencia para asumir entre todos el reto y el compromiso de reducir el desperdicio de alimentos.
La labor de los gestores de residuos
Tan solo en España, se tiran más de 7,7 millones de toneladas de alimentos al año.
Alimentos que se convierten en residuos y que deben ser gestionados adecuadamente para evitar la acumulación en el vertedero y las consiguientes emisiones de metano.
La gestión de estos residuos implica una serie de actividades que incluyen la recogida, el transporte, el tratamiento. Es decir, todas aquellas operaciones que tienen que ver con la valorización o eliminación de los residuos, incluyendo la preparación anterior.
Y la persona o entidad, pública o privada, registrada mediante autorización o comunicación, que realice cualquiera de estas operaciones es un gestor de residuos.
Los residuos orgánicos, como son los desperdicios de alimentos, son llevados a una planta de tratamiento donde se clasifican y separan para decidir si son aptos o no para reutilizar, o bien se desechan.
Los residuos que se pueden reciclar pasan a plantas de reciclaje. Y en el caso de los residuos orgánicos, son sometidos a tratamientos de compostaje y digestión anaeróbica.
De esta forma, la eliminación de residuos mediante depósito controlado en vertedero, la incineración o tratamientos físico-químicos quedan como última opción dentro de la jerarquía de la gestión de residuos.
El objetivo de esta gestión de residuos es conseguir reducir la emisión de gases de efecto invernadero y poder hacer frente al cambio climático. Y para ello, es necesario un sistema de gestión basado en los principios de economía circular.
La valorización energética de los residuos orgánicos
La valorización energética de los residuos orgánicos procedentes del desperdicio de alimentos consistiría en someter a estos residuos a un proceso de digestión anaerobia (en ausencia de oxígeno) que permite generar biogás y evita las emisiones de metano a la atmósfera.
Este proceso se lleva a cabo en plantas de biogás, haciendo uso de digestores, y el biogás que se genera puede utilizarse para generar electricidad o calor, o bien como biocombustible.
Un ejemplo de este tipo de plantas de biogás para la gestión de residuos orgánicos procedentes de la industria alimentario y la agricultura lo tenemos en las plantas de biogás para autoconsumo, donde el biogás producido se utiliza para consumo propio y, además, se obtienen otros productos derivados de los digestatos, como son el compost y fertilizantes orgánicos.
Este tipo de plantas de biogás aportan valor al residuo generado, convirtiéndolo en un recurso en vez de un desperdicio, y resultando una solución acorde con el modelo de economía circular.